Recuerdo cuando de pequeña viajaba con mis padres por carretera, generalmente desde Los Andes para cualquier sitio de Venezuela montados en un Maverick verde, el cual me parecía inmensamente cómodo. Mi madre siempre me daba bebedizos raros (digo raros, porque nunca supe qué eran) para que yo no vomitara, cosa que nunca funcionó. Mareada o no, igual yo disfrutaba esos largos viajes.Ya mujer hecha y derecha (eso creo, jeje) hemos realizado algunos viajecillos por el país con nuestra querida hijita: paseos de vuelta a Los Andes, de vez en cuando a Caracas, Margarita y Puerto Ordaz hasta llegar a La Gran Sabana. Para mi niña y sus cinco años, estas marchas por carretera resultan más que interminables porque le parece que nunca va a llegar a su destino: Duerme, se despierta, se vuelve a dormir, despierta de nuevo y se da cuenta que sigue en carretera, así hasta que llegamos "al llegadero". La popular frase “¿cuánto falta”? es la más repetida en todo el camino.
El primer viaje hasta Puerto Ordaz para visitar a su prima significó para ella la distancia “más larga e infinita que puede existir”. Ir hasta el estado Bolívar desde Valencia, amén de ser una experiencia grata, se traduce para Lucía en la siguiente "ecuación matemática" (con el perdón de los matemáticos):
lejos/mucho = Puerto Ordaz
Así de sencillo.
“Mamá, te quiero mucho… de aquí a Puerto Ordaz….”.
***La foto corresponde a la “entrada” a la Gran Sabana, cuando se empieza a descubrir ante nuestros ojos la majestuosidad del estado Bolívar.


Tengo casi un día completo leyendo los post de muchos blogueros referente al reportaje publicado ayer domingo en el diario El Nacional, sobre el cual poco sería ya lo que podría agregar de nuevo, ya que en suma todos han contado a su manera –distintiva de cada bloguero- una verdad casi absoluta: el reportaje no refleja lo que en realidad sucede en la blogósfera, pues sólo se limita a contar la parte negativa y boba del asunto, sin ver más allá de las narices.
Esto es cierto, muy cierto y lo he manifestado en algunos comentarios que he dejado en varios blogs que siempre frecuento, y que obviamente me gusta leer, con sus estilos tan personales como diferentes en esencia.
El blog en el cual escribo en conjunto con mi viejo, extremadamente sincero cuando quiere pero muy querido amigo, no ha cumplido aún los dos meses en el “aire”, pero confieso tengo casi 1 año leyendo post desde que un día ni recuerdo cómo, tropecé con el blog de Daniel, colega de
Llevo ese mismo tiempo trabajando en medios de comunicación, primero en San Cristóbal y ahora en Valencia, en contraposición con los casi 2 meses por estas lides, y durante este corto tiempo he encontrado una nueva –al menos para mi- forma de expresar ideas, pensamientos, sentimientos (alegres otros tristes, pero míos al fin), y un sin número de realidades que me permiten apreciar la importancia de la herramienta con la cual contamos, y que cada vez se hace más amplia y accesible a tanta y tanta gente, que incluso, a veces hasta asusta.
Entonces, ¿Que si la periodista del Nacional hizo mal? Sí, creo que sí hizo muy mal, y no solo por reflejar únicamente un lado de la moneda de lo que esta vasta comunidad virtual significa, sino porque además ha logrado –con algunas excepciones que agradezco- que a quienes escogimos el periodismo como profesión nos metan en un solo saco…. virulento y descosido.
No todos somos amarillistas compañeros; es feo leer cositas como: “cuídense cuando digan algo cerca de un periodista”…
Creo que estoy sangrando por dos heridas: la de periodista y la de bloguera… :(







Las veces que he pensado seriamente en suicidarme desafortunadamente me encuentro con cosas como ésta y me hacen pensar que la vida en cierto modo, y después de todo sí tiene algo de sentido. Entonces… si fuere el caso que sintiese lo mismo, le invito a que escuche esta pieza magistral de música y verá cómo tendrá nuevamente ganas de vivir. Ahora bien, si por el contrario usted goza de una mente muy simple y lo suyo es un REGGAETON, entonces no lo haga, mas bien, le exhorto a que salga a la calle, toque la puerta de al lado, se monte en un colectivo o sencillamente encienda la radio y ya… Sea feliz en su mundo displicente, incluso, no lo haga ni siquiera por curiosidad, le aseguro que cuando le esté dando clic al mouse su cerebro inmediatamente en cuestión de micronésimas de segundos hará corto circuito… FIN DE LA CITA. 
